Editorial
El diario de Lena
Georges Méliès. La magia del cine
"Prueba", el nuevo EP de Nacho's Dick
Los alcaides del Castillo de Íllora
Miradas cruzadas. El ritmo de la tierra
El héroe discreto de Mario Vargas Llosa
Vasco Hernández. Luz de otra manera
Sexismo lingüístico, ¿cuestión de género gramatical?
Català-Roca – Obras maestras
Ínsula. El Cine España, en flashback, el cine de nuestras vidas
La Rosaleda de Saadi de Shiraz
Macchiaioli. Realismo impresionista en Italia
Don Antonio García y Don Pablo Martínez…La amalgama de la vida
Django Reinhardt. Un gitano en París
Especial "Otoño surrealista".
Surrealistas antes del Surrealismo
Primer manifiesto surrealista de André Breton. Fragmentos
El surrealismo y el sueño
El surrealismo en el cine por Ado Kyrou
60 años de El llano en llamas de Juan Rulfo
El espíritu del 45 de Ken Loach
Chris Killip trabajo / work
¡La sociedad civil, por fin!
"Arraianos" de Eloy Enciso
No será el miedo...
* Portada de José Luis Tejero perteneciente a una serie de ilustraciones referentes a la anatomia humana, en la que, jugando con la forma de los órganos del cuerpo, el autor crea una imagen fantástica; ..."la idea de estas ilustraciones era hablar de los demonios del interior". La ilustración de la portada representa el corazón humano y sugiere un ave demoníaco.
Fragmentos del Primer manifiesto surrealista [1924] de André Breton.
SURREALISMO: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral.
El surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos en la resolución de los principales problemas de la vida.
En homenaje a Guillermo Apollinaire, quien había muerto hacía poco, y quien en muchos casos nos parecía haber obedecido a impulsos del género antes dicho, sin abandonar por ello ciertos mediocres recursos literarios, Soupault y yo dimos el nombre de SURREALISMO al nuevo modo de expresión que teníamos a nuestro alcance y que deseábamos comunicar lo antes posible, para su propio beneficio, a todos nuestros amigos.
Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente este viejo fanatismo humano.
Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.
Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente este viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente. Reducir la imaginación a la esclavitud, cuando a pesar de todo quedará esclavizada en virtud de aquello que con grosero criterio se denomina felicidad, es despojar a cuanto uno encuentra en lo más hondo de sí mismo del derecho a la suprema justicia. Tan sólo la imaginación me permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible condena; y esto basta también para que me abandone a ella, sin miedo al engaño (como si pudiéramos engañarnos todavía más). ¿En qué punto comienza la imaginación a ser perniciosa y en qué punto deja de existir la seguridad del espíritu? ¿Para el espíritu, acaso la posibilidad de errar no es sino una contingencia del bien?.
Queda la locura, la locura que solemos recluir, como muy bien se ha dicho. Esta locura o la otra... Todos sabemos que los locos son internados en méritos de un reducido número de actos reprobables, y que, en la ausencia de estos actos, su libertad (y la parte visible de su libertad) no sería puesta en tela de juicio. Estoy plenamente dispuesto a reconocer que los locos son, en cierta medida, víctimas de su imaginación, en el sentido que ésta le induce quebrantar ciertas reglas, reglas cuya transgresión define la calidad de loco, lo cual todo ser humano ha de procurar saber por su propio bien. Sin embargo, la profunda indiferencia de los locos dan muestra con respecto a la crítica de que les hacemos objeto, por no hablar ya de las diversas correcciones que les infligimos, permite suponer que su imaginación les proporciona grandes consuelos, que gozan de su delirio lo suficiente para soportar que tan sólo tenga validez para ellos. Y, en realidad, las alucinaciones, las visiones, etcétera, no son una fuente de placer despreciable. La sensualidad más culta goza con ella, y me consta que muchas noches acariciaría con gusto aquella linda mano que, en las últimas páginas de L”Intelligence, de Taine, se entrega a tan curiosas fechorías. Me pasaría la vida entera dedicado a provocar las confidencias de los locos. Son como la gente de escrupulosa honradez, cuya inocencia tan sólo se pude comparar a la mía. Para poder descubrir América, Colón tuvo que iniciar el viaje en compañía de locos. Y ahora podéis ver que aquella locura dio frutos reales y duraderos.
¡Se acercan los tiempos en que la poesía decretará la muerte del dinero, y ella sola romperá en pan del cielo para la tierra!
El hombre propone y dispone. Tan sólo de él depende poseerse por entero, es decir, mantener en estado de anarquía la cuadrilla de sus deseos, de día en día más temible. Y esto se lo enseña la poesía. La lleva en sí la perfecta compensación de las miserias que padecemos. Y también puede actuar como ordenadora, por poco que uno se preocupe, bajo los efectos de una decepción menos íntima, de tomársela a lo trágico. ¡Se acercan los tiempos en que la poesía decretará la muerte del dinero, y ella sola romperá en pan del cielo para la tierra! Habrá aún asambleas en las plazas públicas, y movimientos en los que uno habría pensado en tomar parte. ¡Adiós absurdas selecciones, sueños de vorágine, rivalidades, largas esperas, fuga de las estaciones, artificial orden de las ideas, pendiente del peligro, tiempo omnipresente! Preocupémonos tan sólo de practicar la poesía. ¿Acaso no somos nosotros, los que ya vivimos de la poesía, quienes debemos hacer prevalecer aquello que consideramos nuestra más vasta argumentación.
¿Los sin hijos? Bien. ¿La sífilis? Igual me da. ¿La fotografía? Nada tengo que oponer. ¿El cine? ¡Vivan las salas oscuras! ¿La guerra? ¡Que risa! ¿El teléfono? ¡Diga! ¿La juventud? ¡Encantadores cabellos blancos! Intentad hacerme decir «gracias»: «Gracias». Gracias... Si el vulgo tiene en gran estima eso que, propiamente hablando, se denomina investigaciones de laboratorio, se debe a que gracias a ellas se ha conseguido construir una máquina o descubrir un suero en los que el vulgo se cree directamente interesado. No duda ni por un instante que con ello se ha querido mejorar su suerte. No sé con exactitud cuál es el ideal de los sabios con tendencias humanitarias, pero me parece que de él no forma parte una gran cantidad de bondad. Entendámonos, hablo de los verdaderos sabios, no de los vulgarizadores de cualquier tipo, en posesión de un título. En este terreno, como en cualquier otro, creo en la pura alegría surrealista del hombre que, consciente del fracaso de todos los demás, no se da por vencido, parte de donde quiere y, a lo largo de cualquier camino que no sea razonable, llega a donde puede. Puedo confesar tranquilamente que me es absolutamente indiferente la imagen que el hombre en cuestión juzgue oportuno utilizar para seguir su camino, imagen que quizá le procure la pública estimación. Tampoco me importa el material del que necesariamente tendrá que proveerse: sus tubos de vidrio o mis plumas metálicas... En cuanto al método de tal hombre lo considero tan bueno como el mío.
Creo en la pura alegría surrealista del hombre que, consciente del fracaso de todos los demás, no se da por vencido, parte de donde quiere y, a lo largo de cualquier camino que no sea razonable, llega a donde puede.
El surrealismo, tal como yo lo entiendo, declara nuestro inconformismo absoluto con la claridad suficiente para que no se le pueda atribuir, en el proceso el mundo real, el papel de testigo de descargo. Contrariamente, el surrealismo únicamente podrá explicar el estado de completo aislamiento al que esperamos llegar, aquí, en esta vida. El aislamiento de la mujer en Kant, el aislamiento de los «racimos» en Pasteur, el aislamiento de los vehículos en Curie, son a este respecto, profundamente sintomáticos. Este mundo está tan sólo muy relativamente proporcionado a la inteligencia, y los incidentes de este género no son más que los episodios más descollantes, por el momento, de una guerra de independencia en la que considero un glorioso honor participar.
El surrealismo es el «rayo invisible» que algún día nos permitirá superar a nuestros adversarios. «Deja ya de temblar, cuerpo». Este verano, las rosas son azules; el bosque de cristal. La tierra envuelta en verdor me causa tan poca impresión como un fantasma. Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia está en otra parte.
Chris Killip trabajo / work
Del 1 de octubre de 2013 – 24 de febrero de 2014
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Calle Santa Isabel, 52
28012 Madrid
La exposición presenta el trabajo -casi inédito en España- del fotógrafo británico Chris Killip (Douglas, Isla de Man, 1946), figura clave en la fotografía británica de posguerra. Su obra refleja la vida real y las condiciones sociales de la clase obrera en pleno proceso de desindustrialización. La mayoría del centenar de fotografías que se exhiben en la exposición se realizaron en las décadas de los setenta y ochenta.
Chris Killip pertenece a una generación de fotógrafos que, iniciados en el fotoperiodismo, abren en los años setenta un nuevo camino basado en el compromiso social y el uso decidido de la cámara como herramienta política.
Durante décadas, el fotógrafo recorrió las zonas rurales, retratando la vida real de los habitantes del Norte de Ingleterra y de la Isla de Man, su tierra natal. Los tremendos impactos que sufrió la clase obrera británica como consecuencia de las políticas neoliberales de Thatcher, y el caos y el dolor que le sucedieron, son fotografiados por Killip con gran empatía hacia los excluidos impunemente del sistema.
Desde 1991, Killip es profesor de fotografía en la Universidad de Harvard. Su obra forma parte de distintas colecciones permanentes de prestigiosos museos como el MoMA, de Nueva York; el Fine Arts Museum, de San Francisco; el Museum Folkwang, de Essen; el Stedelijk, de Amsterdam; o el Victoria and Albert, de Londres.
Se dice habitualmente “negro” y los demás ven “rojo”, se habla de poesía y tu interlocutor piensa en Claudel, más comúnmente uno se burla de aquél que te agradece porque cree haber recibido flores.
Cuando hablo de surrealismo, entiendo: liberación del hombre a través de la búsqueda y el descubrimiento del “funcionamiento real del pensamiento”, destrucción de las seniles ideas cartesianas según las cuales habrían sido colocados, a lo largo de la vida del hombre, límites insuperables, a fin de que este pudiera fiarse de lo “adquirido”, rechazando toda intrusión liberadora más allá de lo cotidiano manifiesto. “El surrealismo se funda en la creencia de la realidad superior de ciertas formas de asociación hasta él desdeñadas, en la omnipotencia del sueño, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos en la resolución de los principales problemas de la vida.” (André Breton, Primer manifiesto del surrealismo).
Cuando hablo de surrealismo, esto no tiene absolutamente nada que ver con el Folies-Bergère, ni con Salvador Dalí y su acólito el papa, ni con los curas así fuesen de cualquier religión, ni con aquéllos que compiten en sus clamores por sofocar toda fuerza verdadera jugando a ser espíritus amplios, ni con los estetas en sus alcobas, negándose a purificarse las manos en la revuelta, ni con los carantoñas de los snobs y los afeminados, ni con los corderos de toda especie, ni con las viejas colillas podrida.
Enterradores con cabezas de muerto se afanan periódicamente por sepultar al surrealismo, el cual evidentemente no se deja colocar en el ataúd. Es un devenir que nunca estuvo más vivo, para desesperación de sus pálidos enemigos. Pero la confusión ha sido cuidadosamente mantenida por éstos, y se está desgraciadamente obligado, una vez más y siempre, a puntualizar las cosas.
Cuando hablo de surrealismo, esto no tiene absolutamente nada que ver con el Folies-Bergère, ni con Salvador Dalí y su acólito el papa, ni con los curas así fuesen de cualquier religión, ni con aquéllos que compiten en sus clamores por sofocar toda fuerza verdadera jugando a ser espíritus amplios, ni con los estetas en sus alcobas, negándose a purificarse las manos en la revuelta, ni con los carantoñas de los snobs y los afeminados, ni con los corderos de toda especie, ni con las viejas colillas podridas, ni con... etc., etc.
Cuando hablo de cine, entiendo: el medio de expresión más completo, más rico, más libre, y absolutamente sin ninguna relación con el Arte (con A mayúscula), ni con la Técnica (con T mayúscula), ni con las prédicas o con el comercio, ni con las danzas hawaianas, ni con los análisis altamente psicológicos de viejas solteronas, ni con Franco, ni con Stalin, ni con esquimales congelados, ni con las sotanas de san Pedro y de san Pablo, ni con la pantalla vacía, ni con el chusmerío, ni con el embrutecimiento calculado y colectivo, ni con la butaca reventada por el aburrimiento.
Cuando hablo de cine, entiendo: el medio de expresión más completo, más rico, más libre, y absolutamente sin ninguna relación con el Arte (con A mayúscula), ni con la Técnica (con T mayúscula), ni con las prédicas o con el comercio, ni con las danzas hawaianas, ni con los análisis altamente psicológicos de viejas solteronas, ni con Franco, ni con Stalin, ni con esquimales congelados, ni con las sotanas de san Pedro y de san Pablo, ni con la pantalla vacía, ni con el chusmerío, ni con el embrutecimiento calculado y colectivo, ni con la butaca reventada por el aburrimiento, ni con... etc., etc.
Reconozco que mi opinión acerca del cine pueda parecer bastante restrictiva, pero en realidad es muy amplia, porque son todos estos “ni”, y otros miles por el estilo, los que impiden con sus prohibiciones los relámpagos que podrían proyectar las pantallas. El cine que amo es el cine posible, del cual sólo algunos raros ejemplos nos han llegado hasta hoy. El resto, los kilómetros de película impresa, presentan para mí tanto interés como el color del penacho de Enrique IV.
Mi cine está hecho de sus posibilidades.
Más Artículos...
Página 2 de 6