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Ínsula. La Biblioteca… y aquella pipa.

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Ínsula. La Biblioteca… y aquella pipa. Por Antonio Caba.

Caminante, son tus huellas el camino y nada más;
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.

 

Siempre me acompañará aquella imagen de aquella blanca Biblioteca de color marrón de aquél ya perdido e irrecuperable edificio…, y aquella segunda planta, fría y callada.
Fría de color y trato, pero que ya forma románticamente parte de la infancia y adolescencia de quienes apuntamos y quienes despuntan los cincuenta, también los sesenta, los que entonces nos dejábamos ver por allí, hincados en aquél irrompible y único sofá marrón, artilugio sentadero de varias plazas allí descubierto y jamás antes visto por aquella inmensa mayoría.
Callada como norma en medio de silencios no educados, no habituales en nuestras vidas de calles empedradas, de charcos y zapatos remendados, calladas que a Don Pablo Quesada y a Patro Tejero les costaba, a veces, sudor y lágrimas su imposición como norma.
Frío y silencio, pero en el interior de la Biblioteca aquella morrocotuda e incontable Espasa Calpe, dicen que producto, décadas antes, de un expolio fascista a un particular del pueblo; delante un denso estante de numerosos libros infantiles, jamás vimos tantos; y uno largo, casi perimetral, con los grandes nombres de la literatura; y revisteros, periódicos locales y nacionales, interesantes publicaciones culturales y variopintas apiladas en aquella mesa …, un trajín de entradas y salidas, la intrigante novedad de la Cultura en mayúscula: ¡los libros!
Y aquellas escaleras huecas, aparentemente sueltas y distantes unas de otras, ruidosas siempre bajo las pisadas rápidas de la chiquillería, un espacio que desde abajo y la supuesta clandestinidad permitía inocentes y canallescas miradas hacia arriba, descubriendo, por fin, lo eternamente oculto.
Así, en la planta de abajo se situaban anexas otras dependencias menores, un inútil e infrautilizado patio interior en bancada, con una escalinata marmórea que moría a los pies de una fuente mohosa y resbaladiza… y a ras del suelo, en todo su borde, un alto muro de ladrillos, con algunos de sus cantos salientes como elemento de diseño, pero que facilitaban la escalada furtiva desde el exterior, desde aquellos desaliñados e inolvidables jardines, donde siempre sucedían otras cosas, benditas y hermosas cosas al aire libre, aquellas que tienen al amor, entonces prohibido, como insaciable protagonista de frígidas noches de invierno y alargadas tardes de primavera. Entre tanto, siempre presentes aquellas miradas ocultas, clandestinas, canallas e inocentes.
Al mismo tiempo, en otros lares, el hombre viajaba a la luna, y aquí nosotros, a años luz descubríamos por vez primera la existencia, como derecho propio, de una Biblioteca, que en Íllora se constituyó como la primera institución cultural de servicio público que posibilitó, durante el último cuarto del siglo XX y primeros años del presente siglo XXI, la conquista del conocimiento y el uso del tiempo de ocio que empezaba, tibiamente, a ser para todos.
Nunca se entendió la Biblioteca, en aquella planta intermedia, sin los jardines de la Biblioteca, abajo, a ras del suelo; tampoco pudo ni puede entenderse recordar la Biblioteca sin el Salón de Actos de la Biblioteca, en la planta alta, arriba, a ras de aquél tejado plano de montaña, alquitranado, del que emanaba en verano un inaguantable calor, pero soportable, como casi todo en aquellos años.
El edificio de la Biblioteca y sus distintos espacios facilitaron la información y presentación de distintas y variadas propuestas, todo ello de difícil o imposible acceso sin la presencia de la misma. Además de las novedades literarias y de los recursos culturales que propiamente ofrecía la Biblioteca como sala de lectura, este centro cultural y sus espacios complementarios favorecieron, muy especialmente desde la llegada de la Democracia, últimos años setenta y primeros ochenta, en su planta alta, el uso y desarrollo de actividades polivalentes, culturales y socioculturales, en donde lo mismo se representaba una obra de teatro que se acogía una conferencia, una charla, un recital de poesía, un concierto de flamenco o una asamblea o mitin político de uno u otro sentido, las asambleas de la Cooperativa del pan, así como intermitentes exposiciones, semanas culturales, ciclos de cine, cursos de formación, reuniones de asociaciones, etc., etc., etc.
La Biblioteca, como centro cultural entonces, tuvo vida propia e irradiaba conocimiento y procesos permanentes. Eran años de esperanzas, quizá hoy rotas, años de ávidas búsquedas y anhelosos descubrimientos, de aperturas de caminos y rupturas de linderos.
La irrupción de la Biblioteca Pública Municipal en nuestras vidas coincide con la llegada de los grandes proyectos educativos y culturales de nuestro pueblo y, por extensión, de nuestro municipio. En esos años crecimos y vimos nacer el Colegio de EGB Gran Capitán, el Instituto de Bachillerato, entonces delegación del Instituto Padre Suarez de Granada, hoy Diego de Siloé, y algo más tarde el Instituto de Formación Profesional y, poco a poco, gota a gota, también, Colegios decentes en todos los pueblos del municipio.
Eran los últimos años sesenta y los primeros setenta cuando el aparente despertar de un pueblo, fatalmente dependiente del caciquismo impuesto y dócil a la oligarquía agraria local, asistió desesperado al mayor éxodo conocido de su población, camino de la emigración a Cataluña y a Centroeuropa, principalmente. ¿Quién en Íllora no tiene un familiar o, al menos, un vecino, que maleta en mano, no atravesara España o la mitad de Europa, en busca de una mejor vida?.

Son esos silencios sin fotos de nuestra historia más reciente, deseados olvidos jamás presentados en un álbum fotográfico, menos aún en libros amables de imágenes y memorias. La miseria, la angustia, el desafío con la vida no se retrataba, no había nada que guardar para el recuerdo.


Idas y venidas, trasiegos, andenes y cruces de caminos, descubrimientos, conocimientos y experiencias, emociones, miserias y pasiones, desengaños, penas y alegrías, éxitos y fracasos, procesos propios de la emigración, también de la multiculturalidad. Y siempre, siempre, soñando con el retorno. Son esos silencios sin fotos de nuestra historia más reciente, deseados olvidos jamás presentados en un álbum fotográfico, menos aún en libros amables de imágenes y memorias. La miseria, la angustia, el desafío con la vida no se retrataba, no había nada que guardar para el recuerdo.
Pudo haber cambiado todo pero hoy, más que nunca, casi todo sigue igual que antaño, casi todo. Pero no es lo mismo porque sería injusto comparar el contexto negro sin grises de entonces con el actual, sería injusto comparar el perfil del emigrante joven de ahora con aquellos padres, tíos, primos, abuelos, vecinos que marcharon únicamente con sus manos y que lo hicieron desde la extraordinaria dignidad que solo un obrero o un jornalero puede contar, aquellos a quienes a la fatídica necesidad se sumaba la cruel adversidad y desventaja que dispensa la falta de formación académica, la incultura, el analfabetismo, la ausencia de ayudas oficiales y auxilios de viaje, en definitiva la conformidad de una situación de vida o muerte, de riesgo y de aventura, oportunidad al fin y al cabo. Ojalá nunca tengamos que decir que es lo mismo.

Nos llegaron los libros y los extraordinarios contenidos que atesoraban sus letras, sus palabras y sus mensajes, algunos al filo de lo prohibido, pero había que elegir y después descifrar para saber y gozar, aunque entonces el saber era el prioritario y tras tanta sequedad y tanto desierto cerrado el hartazgo nunca llegaba.

 

A la par que esa atroz galopada cruzaba fronteras, también mares, emergía en nuestro pueblo una nueva generación, la de los nietos de la guerra y los hijos de la posguerra, aquellos que sólo de vez en cuando habían escuchado algo, aquellos que sólo de vez en cuando conocieron la causa de los silencios, de las calladas y nombres innombrables.
Nos llegaron los libros y los extraordinarios contenidos que atesoraban sus letras, sus palabras y sus mensajes, algunos al filo de lo prohibido, pero había que elegir y después descifrar para saber y gozar, aunque entonces el saber era el prioritario y tras tanta sequedad y tanto desierto cerrado el hartazgo nunca llegaba.
Al mismo tiempo que todo lo anterior también llegaron a Íllora maestros distintos a los de siempre, nuevos, menos grises y algunos, muy pocos, sin tanta caspa ideológica del crepuscular nacionalcatolicismo de la época, con actitudes ya distintas al “con sangre la letra entra” y, además, de tierras lejanas, lo que generaba expectación, más de quienes dejaron su marca de humanidad en nuestros corazones, imborrable ya, como el caso del maestro a quien desde la primera línea de este artículo intento nombrar para dedicar esta serie que hoy se inicia con el nombre de “Ínsula”, el mismo nombre de aquella revista, su habitual revista de lectura: Ínsula. Revista de Letras y Ciencias Humanas.

 

Aquél maestro, castellano y cabal, machadoniano hasta el tuétano, enjuto como aquél errante caballero, nos inculcó como nadie el amor por la poesía, la necesidad y disfrute de la escritura y la lectura, la gran importancia de comprender y explicar lo leído, a no callar.



Caminante No Hay Camino
Antonio Machado


Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.

Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...

Nunca perseguí la gloria.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...

Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...

Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...

Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso.

Que nuestra habilidad sea crear leyendas a partir de la disposición de las estrellas,
pero que nuestra gloria sea olvidar las leyendas y contemplar la noche limpiamente.

Leonard Cohen