Don Antonio García y Don Pablo Martínez…La amalgama de la vida
Don Antonio García y Don Pablo Martínez…La amalgama de la vida
Me envía Juan Soria un email informándome del artículo escrito por mi amigo Antonio Caba “La Biblioteca… y aquella pipa” en la revista cultural La Laguna , ofreciéndome al mismo tiempo que escriba un artículo para esta revista. La verdad es que el que a mí me gustaría escribir ya lo ha hecho Caba, sublime por cierto, pero sobre esa base me propongo montar el mío. Don Pablo Martínez fue una de las personas que más influyó en mí en la época de la juventud. Fue mi profesor de Lengua y Literatura de sexto a octavo de EGB y el que permitió poder contar una de mis batallitas preferidas: haber leído Réquiem por un campesino español de Ramón J. Sender cuando estaba prohibido en España. Pero hubo otra persona que también me condicionó de una manera importante, Don Antonio García, uno de los curas de la época. Don Antonio fue el alma del grupo de los Scouts desde el que tantos jóvenes de aquella época empezamos a afrontar la vida en base a unos valores solidarios, ecológicos y generosos. Estos dos personajes de la década de los setenta en Íllora marcaron en mí y en muchos de mi generación un rastro que el tiempo no ha conseguido borrar. Son muchas las diferencias entre los dos personajes. Uno ejerció su profesión desde la educación laica y pública, teniendo a la literatura como eje central de su existencia. El otro fue cura y era la religión católica el fundamento de su existencia. A uno lo he considerado siempre como un ejemplo de una persona progresista y de bien, al otro como paradigma de persona conservadora, también de bien. Pero las similitudes le ganan ampliamente la partida a las diferencias. Son dos individuos no nacidos en Íllora, que llegaron al pueblo en una época tumultuosa, el fin de una etapa, el franquismo, y el principio de otra, la transición a la democracia; marcando con su presencia, con sus actos y fuerza aquel espacio y aquel momento. Es en aquel contexto de dificultades políticas, económicas, sociales y culturales en las que hay que situar y entender su labor. Ambos han sido modelo de vida y obra para muchas personas, también ambos se dedicaron a la educación en el amplio sentido de la palabra, por eso, por trabajar para la eternidad, nadie puede predecir donde acabará su enorme influencia. Será por eso, por la noticia de su muerte (que me ha llegado al mismo tiempo la de los dos) o porque cuando uno sobrepasa el medio siglo de existencia, se plantea este tipo de cosas, me ha dado por pensar que ambos tuvieron el privilegio de no llenar su vida de nada, que consiguieron dar sentido a su vida porque la han dejado marcada en nuestra existencia y memoria. Y es que Don Antonio y Don Pablo (no podría escribir su nombre sin el don delante pues perderían todo sentido y connotación) pisaron tan fuerte en el transcurrir diario de la década de los setenta de Íllora que nos dejaron su señal para el resto de nuestros días. Los dos desde posiciones distintas, desde planteamientos ideológicos diferentes, trabajaron con actitudes, con valores y principios que como tales han sorteado los envites del tiempo. Se me olvidaron hace mucho las partes de una célula, los reyes visigodos, en qué año nació o murió Machado, cómo se trabajaba con el número e o cómo se hacía una raíz cuadrada. Siempre recordaré la necesidad de luchar por lo que uno cree o el valor de la cultura y la libertad que me transmitía Don Pablo o la imperiosidad de ser solidario, justo y generoso con los demás a lo que me animaba Don Antonio.
Siempre recordaré la necesidad de luchar por lo que uno cree o el valor de la cultura y la libertad que me transmitía Don Pablo o la imperiosidad de ser solidario, justo y generoso con los demás a lo que me animaba Don Antonio.
Quiero terminar este artículo reflejando dos grandes regalos. Me parece que es una enorme satisfacción para ellos dos, sus familias y sus amigos constatar que pasaron por la vida no para acumular dinero, riqueza, fama o posesiones, sino para dejar huella de su existencia, rastro de su paso entre nosotros, surco de su estancia en la vida, evidencia que se constata en una inmensa mayoría de los que tuvimos la suerte de conocerlos. El segundo regalo se refiere a mí. Me siento enormemente satisfecho por haber sido beneficiario de las enseñanzas de Don Antonio García y Don Pablo Martínez, dos personas tan distintas, con vivencias tan dispares, desde sectores sociales diferentes, paradigmas de que las palabras conmueven pero los ejemplos arrastran. Estamos hechos de tiempo, de diversas ideologías y enseñanzas, a veces con apariencia contrapuesta, pero somos una amalgama ecléctica, plural, diversa y rica. Son muchas las personas con cuya experiencia y vivencias me he ido haciendo, que han participado en mi forma der ser y pensar, en mis contradicciones, en mi complejidad…pero las aportaciones de ellos dos ocupan un lugar especial en mi existencia, en mi ser, en mi memoria. Es ahora cuando ya hace mucho tiempo que perdí el contacto con ambos, es ahora cuando me he enterado que han desaparecido, es ahora cuando reflexiono sobre el Íllora de finales del franquismo y principios de la transición, sobre mi juventud, sobre la década de los setenta, ahora cuando han pasado cerca de cuarenta años, es ahora cuando me doy cuenta que lo importante no es parecer, ser o tener, sino hacer historia. Gracias Don Antonio y Don Pablo por formar parte de mi vida y la de tantos ilurquenses de aquella época. Gracias por dejarnos la última enseñanza de que lo importante y trascendente no es el impacto que producen las personas, sino la huella que dejan.
Salustiano Gutiérrez Baena.