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Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927) publica “Campo de retamas”, un compendio de notas, reflexiones  y aforismos a los que el autor  prefiere llamar “pecios”, `por ser “restos de sus naufragios”.

La salida al mercado de este libro supone el punto de partida para la reedición revisada  de su obra narrativa y literaria. Así, “Industrias y andanzas de Alfanhuí”, “El testimonio de Yarfoz” o “El Jarama” -novela con la que consiguió el premio Nadal en 1956 a la edad de 28 años-, se reeditarán;  en otoño también se publicará un volumen con los cuentos completos del premio Cervantes 2004.
“Campo de retamas” recopila los pecios que aparecían en el libro “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos”, con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura de 1994, además de los incluidos en “La hija de la guerra y la madre de la patria”, o los publicados en EL PAÍS y ABC; también se incluye una treintena de inéditos y escritos enviados a la sección “cartas al director” del diario El País.
El autor, en el fragmento “ojo conmigo”, avisa de sus intenciones: “Desconfíen siempre de un autor de ‘pecios’. Aun sin quererlo, le es fácil estafar, porque los textos de una sola frase son los que más se prestan a ese fraude de la ‘profundidad’, fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir con reverencia a cualquier sentenciosa lapidariedad vacía de sentido pero habilidosamente elaborada con palabras de charol”.

 

“Tener ideología es no tener ideas. Éstas no son como las cerezas, sino que vienen sueltas, hasta el punto de que una misma persona puede juntar varias que se hallan en conflicto unas con otras. Las ideologías son, en cambio, como paquetes de ideas preestablecidos, conjuntos de tics fisionómicamente coherentes, como rasgos clasificatorios que se copertenecen en una taxonomía o tipología personal socialmente congelada”. De "Campo de retamas"

 

Exposición “The most important thing. Retratos de una huida”, de Brian Sokol
CaixaForum Madrid
Del 27 de febrero al 31 de mayo de 2015


En los últimos tres años, los conflictos en Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana y Malí han dado lugar a graves crisis humanitarias. Como consecuencia de la persecución, la violencia generalizada o las violaciones de los derechos humanos en estos países, más de 14 millones de personas se han visto forzadas a huir de sus hogares, trasladándose un tercio de ellas a otros Estados y convirtiéndose así en refugiados.
La exposición “The most important thing. Retratos de una huida”, constituye una mirada sobre la vida de estas personas.
Partiendo de los retratos del fotoperiodista americano Brian Sokol, la exposición se acerca a los testimonios de 24 personas concretas que, en el momento de ser fotografiadas, acababan de verse forzadas a huir de su casa llevándose lo más importante para ellas.

Bonheur (segundo por la derecha), 9 años, en el campo de refugiados de Boyabo (República Democrática del Congo), junto a su familia. Él ha visto el terror de cerca, ya que presenció el asesinato de su amigo Princi cuando los combatientes de Séléka llegaron a su aldea de Moungoumba. «Salí corriendo mientras lloraba». Ese suceso terrorífico provocó su huida hacia la República Democrática del Congo. Con su familia, pasó tres semanas escondido en una isla en medio del río Oubangui. «Prácticamente no dormíamos durante la noche y no hacíamos gran cosa durante el día. Teníamos miedo todo el tiempo». Aunque perdió sus posesiones, dice: «Lo más importante que tengo es mi vida y mi familia».


Cuatro meses antes de que se tomara esta fotografía, los soldados llegaron a la aldea de Makaja, en el estado de Nilo Azul en Sudán. Es la aldea de Maria, de 10 años. En medio de la noche, los soldados prendieron fuego a la casa de Maria, que ardió con toda la comida que había en su interior. Al día siguiente, Maria, sin zapatos, emprendió un viaje de tres meses hasta la frontera de Sudán del Sur. En el camino contrajo la malaria y llegó a estar hasta cinco días sin comer. Lo más importante que se llevó consigo es el bidón de agua que sostiene en esta fotografía, tomada en el campamento de Jamam, en el condado de Maban, Sudán del Sur.

 

Magboola, 20 años, en el campamento de refugiados de Jamam, Maban, Sudán del Sur.
Ella y su familia resistieron varios ataques aéreos durante meses, pero decidieron huir de su pueblo, Bofe, la noche en que los soldados se presentaron en él abriendo fuego. Junto con sus tres hijas, viajó durante doce días desde Bofe, en el estado sudanés de Nilo Azul, hasta la localidad de El Fudj, en la frontera de Sudán del Sur. Lo más importante que se llevó consigo es la olla que sostiene en esta fotografía, lo suficientemente pequeña como para poder viajar con ella y lo suficientemente grande como para cocinar el sorgo para ella y sus tres hijas durante el viaje.



Lucie, 38 años, con su esposo e hijo. Sufre una discapacidad física desde niña: no puede poner recta una de sus piernas. Recientemente, unos médicos italianos la operaron con la intención de restituirle la movilidad, pero, antes de que le pudieran retirar la escayola, los combatientes de Séléka atacaron su aldea, Moungoumba (República Centroafricana).
La familia huyó y Lucie se llevó su posesión más importante: una Biblia. Su esposo la llevó hasta la orilla del río, donde subieron a un barco que les llevó hasta un lugar seguro en la aldea de Libenge, en la República Democrática del Congo. Lucie dice: «Mi preciada Biblia me guía en mi vida».

 

Varios meses antes de que se tomara esta fotografía, los constantes bombardeos obligaron a Dowla, de 22 años, y a sus seis hijos a huir de su pueblo, Gabanit, en el estado de Nilo Azul de Sudán. Lo más importante que pudo llevarse consigo es el palo de madera que balancea por encima de los hombros, con el que transportó a sus seis hijos durante el viaje de diez días que realizaron desde Gabanit hasta Sudán del Sur. En ocasiones, los niños estaban demasiado cansados para andar, lo que la obligaba a cargar a dos de ellos en cada lado. Campamento de refugiados de Doro, en el condado de Maban, Sudán del Sur.



Brian Sokol es un fotógrafo estadounidense dedicado a documentar las violaciones de los derechos humanos y las crisis humanitarias. Escritor de formación, utiliza las palabras y las imágenes para contar historias de personas que pasan desapercibidas para los medios de comunicación.
Su carrera empezó en Nepal, donde, además de aprender el idioma del país, se sumergió profundamente en su cultura. En 2011, se trasladó a Sudán del Sur para documentar, desde dentro, los 18 primeros meses de la vida del país más nuevo del mundo.
Le ha sido concedida la beca Eddie Adams de la revista National Geographic y es uno de los fotógrafos seleccionados en PDN’s 30 New and Emerging Photographers to Watch. Entre sus clientes, se encuentran Time, The New York Times, The New Yorker, Geo, Stern, Ogilvy & Mather y Philips.
Trabaja regularmente con ACNUR y otras organizaciones humanitarias para documentar y crear conciencia sobre los problemas sociales en el mundo.
En la actualidad, reparte su tiempo entre Europa, sur de Asia, Latinoamérica, África Central y Oriente Medio. Es miembro de la agencia fotográfica Panos Pictures.

 

Exposición. GIACOMETTI. El hombre que mira
Fundación Canal de Isabel II
Mateo Inurria, 2 - 28036 Madrid
31 de enero de 2015 – 3 de mayo de 2015

“GIACOMETTI. El hombre que mira” es una interesante y ambiciosa exposición, coproducida por la Fundación Canal y la Fundación Giacometti, comisariada por Catherine Grenier y Mathilde Lecuyer, que incluye más de 100 obras entre dibujos, esculturas y obra gráfica; todas ellas giran en torno a la figura humana - una constante en la obra del artista- y a la mirada, que para él es el alma y la esencia de la vida del ser humano.

Seres "a mitad de camino entre la nada y el ser", según los definió el filósofo Jean Paul Sartre. Hablamos de las inquietantes figuras que el artista italo-suizo Alberto Giacometti (1901-1966) empezó a esculpir en bronce o yeso a partir de la guerra. Obsesionado por reducir la figura humana a su esencia, Giacometti fue definido por Sartre como el "artista existencial" por excelencia, considerándole autor de una revolución copernicana en el mundo del arte. Ahora, más de medio siglo después de este testimonio, y hasta el 3 de mayo de este año, una selección de las siempre inquietantes obras de Giacometti se exhiben Madrid.

Lo novedoso de esta muestra reside en la aproximación que ofrece a la obra de Alberto Giacometti; la confluencia de todas las etapas de su vida (naturalismo, cubismo y surrealismo) desembocando en esa estética figurativa tan personal, marcada por su investigación en torno a la mirada. Todas las obras de esta exposición proceden de los fondos de la Fundación Giacometti, y más de la mitad, restauradas con la colaboración de la Fundación Canal para esta muestra, se exponen en público por primera vez.
Mundialmente conocido por sus esculturas, Giacometti es un extraordinario dibujante y considera el dibujo una disciplina imprescindible para dominar la escultura o la pintura.
Su obra en general suscita una fascinación y asombro difícil de superar. Historiadores, críticos y público experto o general coinciden en incluirlo en el selecto y reducido club de artistas modernos cuya aceptación es unánime.
Giacometti consiguió en sus obras un efecto altamente sugestivo. El bronce fue su material predilecto y la figura humana su mayor inquietud creativa. Así lo demuestra esta exposición que ofrece una nueva y fascinante observación de nuestro entorno, del mundo que nos rodea.

Alberto Giacometti fue introducido desde su juventud a los temas “clásicos” de la figura humana, que él trataría a lo largo de su vida con una continuidad sorprendente para un artista del siglo XX. En todas las etapas de su vida, en las que pasó por las formas del naturalismo, del cubismo y del surrealismo, para después concebir esa estética figurativa tan personal que lo hizo célebre entre el gran público, el artista articuló su investigación en torno a una noción primordial: la mirada, la visión.
La exposición evoca estos temas mediante una selección de dibujo y escultura.
Las secciones en las que se divide la muestra exploran su relación con el cuerpo humano: las figuras de medio cuerpo y las pequeñas figurillas ilustran su particular percepción de la distancia física entre el artista y su modelo, y de los conceptos de “mujer” y de “pareja”.
La exposición se divide en seis secciones cuyo orden se ha establecido como guiño a su constante preocupación por la aproximación del artista a su modelo:
“Cabeza”, “Mirada”, “Figuras de medio cuerpo”, “Mujer”, “Pareja” y “Figuras en la lejanía”.

 

 
 

Relato de los viajes de D. Juan Osorio Crespo y Ana de Raya "La Indiana", naturales de Íllora, a la América colonial

Además del complicado proceso de sustituir la religión nativa en Nueva España por el compendio doctrinal del catolicismo, eliminando el sincretismo que en la práctica mantenía la población nativa, la Inquisición en la colonia estaba especialmente atenta a la heterogénea población que desde España se iba asentando en las nuevas tierras americanas:

“Después de la conquista militar del imperio azteca en 1521, el gobierno y la Iglesia españoles advirtieron la necesidad de ofrecer a los indígenas de Mesoamérica ejemplos adecuados de la conducta cristiana, y asegurarse de que las tierras recientemente descubiertas no fueran pobladas por los herejes.”
(Richard E. Greenleaf, “La Inquisición en Nueva España.”)

“Quizá la cuestión más importante a la que se enfrentó la Inquisición novohispana fue cómo tratar a los indígenas en las décadas posteriores a la Conquista. Zumárraga estaba convencido de que su Santo Oficio necesitaba castigar a los indígenas idólatras y a los brujos, y procedió a procesar a unos 19 indios herejes durante su ministerio. El famoso juicio del jefe indígena y cacique de Texcoco, don Carlos Chichimecatecuhtli en 1539, terminó con su ejecución y quema en el cadalso, porque Zumárraga lo encontró culpable de minar a la Iglesia española y al poder político español en Nueva España.”
(Richard E. Greenleaf, “La Inquisición en Nueva España.”)

Con estos inicios fundacionales y de funcionamiento de la Inquisición en Nueva España, un vecino de Íllora, Juan Osorio Crespo, llegó a ser “secretario del Santo Ofizio de la Ynquisizión de la ziudad de México.”
D. Juan Osorio Crespo, era hijo de D. Pedro Fernandez Crespo y de doña Catalina de Osorio.  Fue bautizado el 11/02/1654.
Respecto a sus progenitores, su madre, Catalina de Osorio, era hija del maestro Juan Osorio, médico, y de Dª Catalina de Torres. A los 19 años de edad Dª Catalina contrajo matrimonio con D. Pedro Fernandez Crespo (alguacil de esta Iglesia), hijo del que fuera sacristán y organista de la Iglesia de Íllora, Bernabe Fernandes, y de Ynes Fernandes.
Según declaraba su padre en el año 1704, desde México, D. Juan Osorio Crespo, “en los caxones que en diferentes años y ocasiones embió de Indias... socorros para mi y sus hermanos y otros parientes suyos... cantidades y alaxas....”.
De modo que en la primavera del año 1700, D. Juan Osorio Crespo enviaba desde México a España un cajón que contenía diversos objetos litúrgicos preciosos destinados a su casa y familia en Íllora así como para “la Yglesia en que fui baptizado”, o sea, la Iglesia de la Encarnación de Íllora:
    
Para su casa:
-Un incensario.
-Una naveta en forma de pelícano, fundada en una concha de nácar.
-Una muceta de cambray de Campeche.

Para poner en el Altar de Jesús Nazareno de la Iglesia de Íllora:
-Una imagen de Nª Sª de la Concepción, de marfil, de más de media vara, de un colmillo de elefante, de una pieza menos los pedazos del manto.
-Lleva la Virgen cosidos a sus pies, 106 pesos en doblones, para imponerlos  a renta para una fiesta, con sermón, misa y procesión por dentro de la Iglesia, en uno de los días de la octava de la Purísima Concepción.

Los citados objetos e imagen harían la travesía en el navío Santo Rey David, del que era capitán y dueño D. Joseph Lopez, vecino de Cádiz.
En el año 1702, a sus 48 años de edad, regresaba a España D. Juan Osorio Crespo, natural de Íllora, “presbítero, secretario del Santo Ofizio de la Ynquisizión de la ziudad de México, en las Yndias”. Pero durante la travesía, D. Juan Osorio cayó enfermo e hizo su testamento, falleciendo en la flota en la que viajaba, que “arrivó a los puertos de Vigo.”

 


    
Uno de los sacerdotes de la Iglesia de Íllora, D. Francisco Ruiz de Rozas, “comisario de el Santo Oficio de la Ynquisición”, en su testamento del año 1713, confesaba que tenía en su poder 1.500 reales de una memoria de fiesta y misas que mandó se hiciese “D. Juan Osorio Crespo, secretario que fue de la Ynquisiçión de México, y no se a ynpuesto dicha memoria.”  Estos 1.500 reales correspondían a los 100 pesos que en el año 1700 envió D. Juan Osorio Crespo desde México para la Iglesia de Íllora, cosidos a los pies de la imagen de la Virgen de marfil, para que con ellos se celebrara una fiesta, sermón, misa y procesión “en uno de los días de la octaba de la Purísima Conzepción.”   
También declaraba el citado beneficiado Francisco Ruiz de Rozas, que Ana de Raya, “a el tiempo que murió, me mandó una guerta que tenía en esta villa, en el Callejón de las Guertas.... con el cargo de que la enterrase y le digese las misas que fuese mi boluntad. Y le tengo hecho su entierro mayor y dicho diferentes misas por su alma y intençión.”    
La mencionada Ana de Raya era uno de los nueve hijos que tuvieron Alonso de Raya y Ana de Rojas, su segunda mujer. Ana fue bautizada el 24 de mayo de 1637, y era nieta, por línea materna, del pregonero de Íllora, Diego Felipe.
Ana de Raya, siguiendo las órdenes de su padre, “se fue en serbicio de don Pedro de Bayona a las Yndias.”
El citado “D. Pedro de Vayona y Villanueba, estando presente en esta dicha villa”, el día 16 de mayo de 1654 otorgó poderes a su hermano, vecino de Madrid, para todos sus asuntos y causas “ansí en estos Reynos de España como en el de las Yndias... en la ciudad de Alfaro y en la de Burgos, y en otras qualesquier partes...”, respecto a estar nombrado “Gobernador de la ciudad de Sanctiago de Cuba y lo que toca a su jurisdición.”
Desconocemos la causa por la que D. Pedro Bayona estuvo en Íllora, pero su presencia en la villa cambió la vida de Ana de Raya y su familia.
En aquel tiempo era frecuente que las familias trabajadoras o pobres pusieran a sus hijas, a edades muy tempranas, a servir en las casas de hacendados; era una forma de aliviar las cargas del mantenimiento de la familia y de procurar un futuro a las hembras hasta tanto que pudieran contraer matrimonio.
Tendría Ana de Raya unos 17 años de edad cuando, en el año 1654, embarcó para América al servicio de D. Pedro de Bayona.

Cuando Ana de Raya regresó de América estuvo primero en Madrid, en donde tal vez continuaba sirviendo a D. Pedro de Bayona o al hermano de éste, y hacia el año 1661 volvió a Íllora a la casa de su padre. Éste hacía su testamento al año siguiente, y en dicho documento informa que su hija Ana de Raya trajo del tiempo de su servicio en América y Madrid “más de [6.000] ducados, así en plata labrada como en moneda, oro y otras prendas ricas i de mucha consideraçión... I toda la dicha cantidad se la e gastado y distribuido en el remedio de mis neseçidades y criança y casamientos de mis ijos.... i peltrechos de la labor que tengo.”
6.000 ducados representaban una verdadera fortuna; y parece que Alonso, desde el regreso de su hija, se procuró una vida placentera a costa de las riquezas de Ana, que “le tengo en mi casa i es donçella”; unas riquezas que Alonso consumió casi por entero.
Compensaba Alonso un remoto sentimiento de culpa con la autoridad que le confería la patria potestad y las desigualdades de género del patriarcado, pues de haber sido Ana un hijo varón, aunque soltero, Alonso no se hubiera permitido tomar y disponer tan fácilmente de las riquezas de su hijo; aunque también un hijo varón se hubiera emancipado y tomando iniciativas propias respecto a sus bienes.
Como si se tratara de una reparación, Alonso manda en su testamento, para su hija Ana, algo que en realidad pertenecía a ésta: “una haça de tierra calma que tengo en el ruedo de esta billa, que alinda con...  el camino real que ba a Granada... y la pagué con el caudal de la dicha mi hija”; haza que tuvo un costo de 100 ducados.   

Tras la muerte de su padre, y desde el año 1688 hasta el de 1712, Ana de Raya estuvo sirviendo en casa del mencionado D. Francisco Ruiz de Rozas, beneficiado de la Iglesia de Íllora,  ejerciendo su antigua profesión de criada, que era la mayoritariamente desempeñada por las mujeres solteras que carecieran de recursos propios suficientes para vivir de las rentas. Pero en la relación de ocupantes de la vivienda del sacerdote se identifica a Ana con el apodo de “La Yndiana”, o  “Ana Yndiana, doncella.”
El acta de defunción de Ana de Raya es de fecha 11/11/1712, y prácticamente un año después falleció el sacerdote D. Francisco Ruiz de Rozas.  

Como dije anteriormente, D. Francisco, en su testamento, declaraba por una parte, que
“Ana de Raia, vecina que fue desta villa, a el tiempo que murió me mandó una guerta que tenía en esta villa, en el Callejón de las Guertas... con el cargo de que la enterrase y le digese las misas que fuese mi boluntad. Y le tengo hecho su entierro mayor y dicho diferentes misas por su alma y intençión...”
Y por otra parte, que tenía en su poder 1.500 reales de una memoria “de D. Juan Osorio Crespo, secretario que fue de la Ynquisiçión de México, y no se a ynpuesto dicha memoria.”

Entonces, Francisco Ruiz de Rozas concibió la idea de unificar los dos asuntos, vinculando el cumplimiento de la memoria de Juan Osorio Crespo con el huerto que recibiera de Ana de Raya, la Indiana, situando sobre el huerto los 1.500 reales y  asegurando, con su producto, el cumplimiento de la fiesta a la Purísima Concepción que D. Juan Osorio mandara.
   Y he aquí la curiosa coincidencia de que la huerta de una mujer natural de Íllora, Ana de Raya, la Indiana, apodo con que se la conoció tras su regreso de ‘Las Indias’ hacia el año 1660, dicha huerta, digo, fue la que sirvió para cumplir la voluntad de otra persona natural de Íllora que también marchó a América, Juan Fernandez Crespo y Osorio, que regresaba a España en el año 1702. El azar propició esta conjunción entre asuntos de dos personas que experimentaron la aventura de un viaje por mar al nuevo Continente y su retorno.

En la contabilidad parroquial quedaron registrados los pagos anuales de dicha memoria que realizaron los sucesivos poseedores de la haza:
-Año 1718.- D. Pedro Antonio de Castilla y Rozas, presbítero, “tengo un guerto que está en el Callejón de las Guertas, y linda con el dicho Callejón y con guerto que llaman de La Yndiana.”
-Año 1724.- D. Diego Ruiz de Rozas, “la sementera de trigo questá en la aza que yo tengo en el Ruedo desta villa, que llaman la de La Indiana.”
-Años 1735 y 1735.- D.ª Bictoria Capilla de Rozas, pago de 19 reales y 27 maravedís de censo, “sobre una haza que tiene en el ruedo desta villa, que llaman la haza de la Yndiana.”
-Año 1758.- Dª Nicolasa Fernandez y Rozas, pago de 19 reales y 20 maravedís de censo, “sobre la haza de La Yndiana.”
-Años 1821 y 1830.- D.ª Mariana Briz, pago de 19 reales y 20 maravedís de censo, “por la haza de La Yndiana.”
-Año 1831 y 1836.- D. Jose Garcia Briz, pago de 19 reales y 20 maravedís de censo, “por la haza de La Yndiana.”

Por otra parte, en sucesivos inventarios de los bienes de la Iglesia Parroquial de Íllora, de los años 1715, 1719, 1788-98 y 1933 figuran, con su particular descripción y estado, los bienes que en el año 1700 enviara desde México, D. Diego Crespo Osorio:
“-Una imaxen de Nuestra Señora de la Conzepzión pequeñica, com su corona de plata. Y dicha hechura la imbió Don Juan de Osorio de Indias, y está em su nicho em dicha Capilla de nuestro padre Jesus de Nazareno –
-Dos leones que imbió D.m Juan de Osorio de Indias, i son de barro blanco, i están puestos en el nicho de Nuestra Señora de la Conzepzión.
-Dos navetas de plata, la una una concha de nácar, engarzada ésta, y el inzenssario grande. Ofrezió â esta santa Yglesia el lizenciado D. Juan Fernandez Crespo Osorio, presbítero, secretario de el Santo Ofizio de la Ynqqisición de la ziudad de México.”



Antonio Verdejo Martín

 

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Que nuestra habilidad sea crear leyendas a partir de la disposición de las estrellas,
pero que nuestra gloria sea olvidar las leyendas y contemplar la noche limpiamente.

Leonard Cohen