Página 32-33 - LA LAGUNA - Revista Cultural N0

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cuchado algo, aquellos que sólo
de vez en cuando conocieron la
causa de los silencios, de las cal-
ladas y nombres innombrables.
Nos llegaron los libros y los ex-
traordinarios contenidos que ate-
soraban sus letras, sus palabras
y sus mensajes, algunos al filo de
lo prohibido, pero había que ele-
gir y después descifrar para sab-
er y gozar, aunque entonces el
saber era el prioritario y tras tanta
sequedad y tanto desierto cer-
rado el hartazgo nunca llegaba.
Al mismo tiempo que todo lo
anterior también llegaron a Íl-
lora maestros distintos a los de
siempre, nuevos, menos grises
y algunos, muy pocos, sin tanta
caspa ideológica del crepus-
cular nacionalcatolicismo de la
época, con actitudes ya distintas
al “con sangre la letra entra” y,
además, de tierras lejanas, lo que
generaba expectación, más de
quienes dejaron su marca de hu-
manidad en nuestros corazones,
imborrable ya, como el caso del
maestro a quien desde la prim-
era línea de este artículo intento
nombrar para dedicar esta serie
que hoy se inicia con el nombre
de “Ínsula”, el mismo nombre de
aquella revista, su habitual re-
vista de lectura: Ínsula. Revista
de Letras y Ciencias Humanas.
Siempre me acompañará aquella
imagen de aquella blanca Bibli-
oteca de color marrón de aquél
ya perdido e irrecuperable edifi-
cio…, y en aquella segunda plan-
ta, fría y callada, aquella mesa en
la que se escondía aquél maes-
tro lector a cuyo alrededor aquél
olor a tabaco de pipa le delataba.
Hoy, ayer también, vaya mi re-
cuerdo a aquél maestro, a la per-
durabilidad de sus enseñanzas, las
convencionales, las que marcaban
las normas e instrucciones educa-
tivas, pero por encima de todo las
de la vida, las del amor, las sutiles
y desconocidas escenas de la me-
moria de nuestros padres y aquel-
los cuentos de verdad que no nos
contaron o que nos los contaron
al revés, a tantas y tantas cosas.
Aquél maestro, castellano y ca-
bal, machadoniano hasta el tuéta-
no, enjuto como aquél errante ca-
ballero, nos inculcó como nadie el
amor por la poesía, la necesidad y
disfrute de la escritura y la lectura,
la gran importancia de compren-
der y explicar lo leído, a no callar.
También sus enseñanzas fueron
las de las cosas sencillas, aquel-
las que siendo tan niños ya pre-
maturamente podemos empezar a
perder, como el respeto a nuestros
mayores y a sus obras, a nuestros
pueblos y sus costumbres, a nues-
tras huellas, lo que nos identifica.
Sea este sencillo artículo del
número 0 de la Revista LA LAGU-
NA un homenaje a Don Pablo Mar-
tínez, mi maestro de siempre, el de
toda la vida, el que me marcó tantos
andares, también cantares, a quien
rindo aquí mi más sincero e infinito
agradecimiento…por tantas cosas.
A ti, Pablo, mi maestro de
siempre.
Íllora, 18 de febrero de 2013
CAMINANTE
NO HAY CAMINO
de Antonio Machado
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.
Nunca perseguí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...
Nunca perseguí la gloria.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...
Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...”
Golpe a golpe, verso a verso...
Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...”
Golpe a golpe, verso a verso...
Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...”
Golpe a golpe, verso a verso.
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“Aquél maestro, castellano y ca-
bal, machadoniano hasta el tué-
tano, enjuto como aquél errante
caballero, nos inculcó como nadie
el amor por la poesía, la necesi-
dad y disfrute de la escritura y la
lectura, la gran importancia de
comprender y explicar lo leído, a
no callar.”