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Mesopotamia

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Palacio de Nimrud según la reconstrucción de Austen Henry Layard. Biblioteca Nacional, París

 

En un año repleto de acontecimientos electorales lo suyo es que hubiera dedicado estas letras a reflexionar sobre la importancia de una meditada elección en los variados comicios venideros dada la situación actual del país, agobiado  por las alarmantes cifras de desempleo, una corrupción impúdica de las clases dirigentes que fomentan el clientelismo y el amiguismo en detrimento del mérito y la capacidad personal, el hartazgo del viejo bipartidismo (que nada bastante bien entre las aguas turbulentas de la demagogia y el cinismo, entre promesas incumplidas y justificaciones surrealistas que sólo engañarían a un niño de pecho) y hubiese titulado las mismas como “Elecciones”, “Los viejos y los nuevos” o “Las promesas rotas” (títulos todos muy cinéfilos) o algo así. O podría haberme remontado, en una comparación “diacrónica” por llamarla de alguna manera, al espíritu de la genuina democracia que en sus orígenes griegos sostenía que los asuntos de la polis (lo que llamamos “política”) incumben a todos y cada uno de los ciudadanos que forman el estado (con todas las imperfecciones de un sistema en ciernes que no dejaba participar, por ejemplo, a las mujeres, pero claro, estamos hablando de hace más de dos mil años). Traer a colación algún texto de Demóstenes o Aristóteles y  haber titulado “Los griegos” tampoco hubiera estado mal. Pero no estoy de humor y tan ardua tarea se me atraganta aún más cuando recuerdo las palabras de aquel ministro de Franco que, tras las primeras elecciones democráticas, preguntó muy serio “quiénes hemos ganado”…
Probablemente la sinrazón y el miedo, ésos serán los ganadores, como en otros tantos lugares del mundo y en otras tantas formas, la sinrazón y el miedo saldrán ganando.

 

Probablemente la sinrazón y el miedo, ésos serán los ganadores. Como en otros tantos lugares del mundo y en otras tantas formas, la sinrazón y el miedo saldrán ganando.


Como en Siria o en Irak donde observo, ya no atónito ni sorprendido ni siquiera indignado (entre tanto crimen y barbarie) sino con una vaga desazón, las imágenes entre el surrealismo y el terror de unos fieros señores aporreando estatuas antiquísimas en el Museo iraquí de Mosul, arrasando con excavadoras (después del rezo de la mañana) la antiguas ciudades asirias de Nimrud, Hatra y la que fuera la capital del imperio asirio durante el reinado de Sargón II, Dur Sharrakin (en la actual Jorsabad a unos 15 km. al noroeste de Mosul). Como si con esos actos de barbarie quisieran mandar algún mensaje al mundo o, mejor, borrarlo y levantar uno nuevo a medida de sus intolerantes creencias. Bárbaros. Los griegos llamaban “bárbaros” a todos aquellos pueblos que, en la periferia de la cultura helenística,  estaban sometidos a un poder totalitario y despótico y que, por consiguiente, no eran ciudadanos que construían juntos sus propias leyes y su futuro (algo de lo que los griegos se sentían tremendamente orgullosos) sino simples súbditos o esclavos de un poder superior omnímodo y caprichoso. Y me acuerdo de Mesopotamia, “la tierra entre ríos” como la llamaban los griegos. Entre el Éufrates y el Tigris, en el creciente fértil, en el hoy devastado Irak una especie nómada, cazadora-recolectora, errabunda…, sentó las bases de la civilización en las primeras ciudades de la historia: Ur, Uruk, Eridu, Lagash… (la revolución urbana).
Los mesopotámicos, entre el 1813 y el 609 a. C., fueron grandes legisladores, astrónomos y matemáticos. Las preocupaciones jurídicas de los sumerios se plasmaron en las leyes de “Urukagina”. Los caldeos nos dejaron el código de Hammurabi. Los asirios, en la época sargónida,  complementaron con nuevas leyes las disposiciones anteriores, Fueron las normas más desarrolladas de la antigüedad con el objetivo de “poner orden a los libertinos y malos, e impedir que el fuerte oprima al débil”.  Hoy esas tierras no tienen leyes tan justas. Bueno, ni esas tierras ni éstas…

(Dicho lo cual, también podía haber titulado estas palabras “Los bárbaros”, que están muy de moda tanto allí como aquí y en muchas partes, pero me permitirán que no le dedique ni una palabra más a tan mala gente).

 

MENECEO

Que nuestra habilidad sea crear leyendas a partir de la disposición de las estrellas,
pero que nuestra gloria sea olvidar las leyendas y contemplar la noche limpiamente.

Leonard Cohen